miércoles, 18 de febrero de 2009

“Breve semblanza de José Peón Contreras: A propósito de su aniversario luctuoso”


Rosely E. Quijano León.

Una de las figuras más sobresalientes de la literatura yucateca de finales del siglo XIX es, sin duda alguna, junto con Eligio Ancona y Justo Sierra O’Relly, José Peón Contreras quien con toda una vida dividida entre su faceta de médico y de escritor falleció hace 102 años, a los 64 años de edad, el 18 de febrero de 1907. Hoy en día, sino fuera por el teatro que lleva su nombre, pasaría inadvertido este personaje que, a su manera y estilo, contribuyó a enriquecer las letras y la historiografía yucateca.
Nacido el 12 de enero de 1843 en Mérida, Yucatán, sus padres fueron don Juan Bautista Peón Cano y doña María del Pilar Contreras Elizalde. Desde pequeño mostró ser muy inteligente, pues con tan sólo 12 años de edad le otorgan el grado de Bachiller en Filosofía por la Universidad Literaria y a esa misma edad da la cátedra de dibujo lineal en el Seminario Conciliar. A los 19 años obtuvo el título de médico, se especializa en enfermedades mentales, a los 18 publica su primer poema, a los 20 años obtiene su plaza de practicante, se casa a los 23 años y a los 24 fue director del hospital de dementes de San Hipólito.
Peón Contreras, como los hombres de su época, contribuyó en varios géneros literarios, pues fue dramaturgo, poeta y novelista. Sus obras se publicaron principalmente en revistas y periódicos de la época como La Revista de Mérida, Álbum Yucateco y Artes y letras, entre otros. Su bibliografía es extensa y José Esquivel Pren la presenta en Historia de la literatura en Yucatán, Tomo III, dedicado especialmente a este autor. No obstante, el mismo Esquivel Pren menciona en su libro (de 1960) que hace falta un trabajo crítico sobre la producción literaria de Peón Contreras y más aún, una recopilación de todos sus poemas que publicaba esporádicamente en periódicos y revistas, pues se le ha dado siempre prioridad a su faceta como dramaturgo que a la de poeta y, sin embargo, tiene una extensa producción poética.
En su poesía llama la atención su empatía con lo la tendencia Neoclásica y Romántica sin llegar a ser totalmente uno ni otro. Indudablemente se nota la influencia de Zorrilla, Espronceda y Bécquer, así como de Garcilaso de la Vega. Esto último se aprecia en una égloga que tal vez es muy poco conocida (que en lo personal descubrí hace poco) que se titula Flérida y Garcilaso, publicada en 1904 en la ciudad de México, tipografía de los Sucesores de F. Díaz de León, a tres años de su muerte y la que se considera “su obra máxima que es, en realidad, una síntesis de toda su vastísima labor literaria” a decir de Esquivel Pren. Por tal motivo, a manera de ofrenda vale la pena destacar el contenido de este poema que muestra la genialidad del autor y su vasta erudición en el campo de las letras.
Esta égloga es parecida a la de Salicio y Nemoroso de Garcilaso de la Vega, sólo que aquí Peón Contreras pone como personaje a Garcilaso y aprovecha para demostrar el conocimiento que tiene sobre la vida y obra de este autor. Así inicia este poema que, al parecer, no se conserva en su totalidad, sólo los fragmentos que Esquivel Pren retoma en el libro ya mencionado:

En mil y quinientos tres
Allá en la Imperial Toledo,
Y en una cuna de flores
Que hadas y ninfas tejieron,
Abrió a la vida los ojos
Aquel que, andando los tiempos,
Siglos tras siglos sería
Gala del Parnaso Ibero (…)

A lo largo de la extensa égloga se narra la historia de amor entre los dos personajes, a la vez que aparecen otros como un cura, y un tercero en discordia que se disputara el amor de Flérida, llamado Tirreno.
La referencia a Garcilaso, a quien también le llama Salicio en el poema es interesante:

A un varonil mancebo
Que el pecho le conmueve,
Que su atención seduce,
Que el alma le sorprende,
Cautiva su albedrío
Y al verlo palidece.
_
¡Oh, amor, todo misterio!
¡Oh, amor, quién te comprende!
¡Oh, amor, quién ha sabido
Jamás lo que tú eres!

La historia de amor es por demás conocida, un amor imposible que no puede llegar a un final feliz, pero los versos dedicados al encuentro entre los dos amantes demuestran la influencia indudable de Peón Contreras:

Nada en la tierra tu hermosura iguala,
Y en gracia, hechizo y en belleza creces
Mientras más veo tu semblante puro (…)
Ya loco de placer la dicha estrecho
Que el corazón desea,
¡Ya no salgáis mis lágrimas del pecho! (…)
Bella, divina, angelical criatura,
¡Ah, dime por piedad, dime quién eres
Para que aquí fallezca de alegría! (…)
¿cómo te llamas?

A través del poema se deja ver que Flérida no sabe quién es en realidad Salicio y ella le confiesa su amor:

No te vayas, Salicio, yo te adoro.
No te apartes, Salicio, de mi lado,
Que de tu ardiente corazón de oro
Está mi corazón enamorado.
Dime qué cosa tu ilusión desea
Para que yo la busque y la consiga;
Y no te acuerdes más de Galatea. (…)
La flor que de ti sea más querida,
En tu ventana lucirá hechicera,
Cada día más pura y encendida;
Que yo seré tu eterna primavera.
Y si viene el invierno de la vida
No te cause temor, que en mi pradera
Cuando el amor es puro y es eterno
Tiene también sus flores el invierno.

Sin embargo, Flérida se entera de quién es en realidad Salicio, Garcilaso de la Vega, poeta reconocido en la época, y en ese momento ella no se cree digna de su amor y así le responde cuando se entera de su verdadera identidad:

Es inútil, señor, que tú lo quieras,
Pues te baña el esplendor de un trono,
Y no has de descender a mi humildanza
Para darme un amor que desconozco.
Tú eres grande, señor, tu claro nombre
Resonará de un polo al otro polo,
Que harás de España el porvenir glorioso (…)

En ese momento Tirreno aprovecha para seducir a Flérida, pero ésta a pesar de todo sigue enamorada de Garcilaso. Cuando decide aceptarlo se entera que él fue enviado a pelear en una guerra, pues también era soldado, y ahí culmina trágicamente esta égloga de la siguiente manera:


Detrás de un viejo tronco, en el camino
Que conduce a la torre y de ella cerca,
Con Tirreno está Flérida y tan pálida
Como el lirio que nace en la ribera.
Ella ha visto a Salicio; lo está viendo
Con la espada desnuda y la rodela,
Que va con sus infantes, los más bravos,
Valiente y decidido a la pelea.
_
Ya mira cómo traen las escaleras
Y las pegan al muro, de una de ellas
Se apodera Salicio…Es el primero
Que tramo a tramo sus peldaños trepa.
Violentos proyectiles como lluvia
Sobre su escudo rebotando suenan,
Y el corazón de Flérida oprimido
De pánico y terror palpita apenas.

Fija en Salicio la mirada atónita;
Cadáveres sangrientos la rodean…
¡Jesús! – exclama de repente- ¡Mira!
Allá arriba. ¡Por Dios! ¡Qué enorme piedra!
Vamos, Tirreno… ¡Cuídate Salicio!
De un salto solo a la muralla llega.
Oyó su voz Salicio… ¡Ya era tarde!
¡El proyectil lo hiere en la cabeza!
¡Vacila Gracilaso al rudo choque!
Las fuertes manos a la escala aprietan
Con un postrer esfuerzo de la vida,
Y aun de valor que al corazón le resta.
Ríndese el brazo al peso de la muerte;
El guerrero inmortal al polvo rueda…
Flérida lanza de su pecho un grito
¡ y se estremece de dolor la tierra!

No cabe duda, que la erudición de Peón Contreras lo llevaron a escribir esta égloga que, a mi parecer, no desmerita en nada comparada con la de Salicio y Nemoroso, e indiscutiblemente, llama la atención que un yucateco haya escrito una obra como ésta. De ahí que la importancia de recordar a este escritor ojalá vaya más allá de su nombre en un teatro y se rescate del olvido en las hojas viejas del archivo histórico de nuestro Estado.

sábado, 14 de febrero de 2009

Búsqueda espacial.

Para: Rodrigo

I

Antes de haber nacido, cuando apenas
en las galaxias era calofrío,
o sed en rotación por el vacío,
o sangre sin la cárcel de las venas;

antes de ser en túnica de arenas
un angustiado palpitar sombrío,
antes, mucho antes que este cuerpo mío
supiera de esperanzas y de penas:

ya buscaba tu nombre, tu semblante,
el disperso latir de tu vivencia,
tu mirada en las nubes esparcida;

porque, desde el asomo delirante
de mis instintos ciegos, tu existencia
era ya por mis ansias presentida.

II

¿Cuántas transmutaciones has pasado?
¿cuántos siglos de luz, cuántos colores,
nebulosas, crepúsculos y flores
para llegar a ser, has transitado?

¿En qué constelaciones has brillado?
¿Después de cuántas muertes y dolores,
de huracanes, relámpagos y albores
la forma corporal has conquistado?

No puedo concebir mi pensamiento
esa edad atmosférica que hicimos
en giratoria espera; mas yo siento

que milenios de lumbres anduvimos
esperanzados en el firmamento,
hasta unir este amor con que existimos.

Elías Nandino