sábado, 9 de abril de 2016

El extraño síntoma de la mujer lectora

Es curioso y hasta cierto punto irónico que Stefan Bollmann, escritor alemán, sea quien más haya escrito y divulgado sobre el papel de la mujer occidental como lectora a lo largo de la historia a través de sus libros más conocidos como Las mujeres que leen son peligrosas (2006), Las mujeres que escriben son peligrosas(2007) y Mujeres y libros. Una pasión con consecuencias (2015). Sin duda es interesante la pasión con la que Bollmann en estos libros ha realizado un repaso histórico fecundamente documentado e, incluso, ilustrado al relacionar su primer libro con la pintura, los retratos y fotografías de mujeres leyendo, todo esto para cuestionar si las mujeres que leen son o han sido peligrosas. Su visión masculina lejos de ensombrecer, al contrario, engrandece a las mujeres lectoras.


    La visión enigmática y subversiva de la mujer lectora que pudo tener en los siglos XVII al XIX, y probablemente hasta el XX, está íntimamente relacionada con los estereotipos y deberes, principalmente en el espacio doméstico, que le fueron adjudicados desde siempre. El escándalo que provocó en los círculos parisinos la “fiebre lectora” fue duramente criticada por pedagogos e intelectuales del siglo XVIII que veían inmoral y nada productivo tanto física como mentalmente el exceso de lecturas, en especial, en las mujeres. Quién diría que unos siglos después añoramos que pudiera darse nuevamente una “fiebre lectora”. Sin embargo, diferentes posturas, debates y opiniones pesarán sobre la mujer como lectora, los hombres discuten si deben o no leer, qué deben leer y los peligros que pudiera acarrear una lectura sin tutoría ni vigilancia que llevara a un trágico fin como el que retrató, en 1856, Flaubert con Madame Bovary.
    Todos los riesgos, atrevimientos, desobediencias, clandestinidad y rebeldía de las mujeres lectoras que se retratan en estos libros de Bollmann son una hermosa muestra de los obstáculos impuestos por el hombre mismo para crear el fetichismo de la mujer lectora. Observándolo desde el misticismo, intriga y misterio que se observa y se crea con la sola imagen de una mujer y un libro, cuantimás si esa mujer es alguien importante para la época, o simplemente la mujer común y corriente, muy poco retratada, pero que también lee. Hubo una época en que también se estigmatizó a la mujer lectora o escritora, aludiendo a su falta de “atributos” físicos para socializar, razón suficiente para refugiarse en la lectura como una forma de salvación o de esparcimiento, para vivir las historias (románticas) que no podría realizar o simplemente por la extrañeza con la que nace la mujer predispuesta a los libros, como lo retrata a la perfección el personaje Josephine de la célebre novela de Louisa May Alcott, Mujercitas de 1868, o Anne, la protagonista dePersuasión de Jane Austen, de 1817. Pero en la realidad esto lo vivieron en carne propia cientos de mujeres lectoras y escritoras, como el caso particular de la peruana Clorinda Matto de Turner autora de Aves sin nido (1889) o de Gertrudis Gómez de Avellaneda autora de Sab (1841) que son sólo una pequeña referencia a las mujeres latinoamericanas que en el siglo XIX se enfrentaron con la cruel y punzante opinión masculina con respecto no sólo a sus obras, sino a su apariencia física (señalando su poca feminidad)  y su extraña afición por la lectura y la escritura que siempre calificaron como menor o puramente sentimental, haciendo con ello eco de las palabras de Schopenhauer quien decía que los hombres tienen ideales, las mujeres sólo ilusiones. Sin duda alguna los mismos libros han dejado una huella imborrable de que el filósofo se equivocaba.
    Las opiniones masculinas en el siglo XX no cambiaron en mucho, por más que en México, por ejemplo, José Vasconcelos diera en apariencia un gran impulso a la educación de la mujer, en su campaña rumbo a la presidencia jamás alcanzada, encargándole a Gabriela Mistral la tarea de elegir y publicar los libros que las mujeres debían leer, lo cierto es que en el discurso no dejó de plasmar su sentir: “para mí, la forma del patriotismo femenino es la maternidad perfecta”. La mujer debía educarse, ser lectora, pero no dejar de lado sus roles históricos y socialmente establecidos, bajo riesgo de considerarse peligrosa, subversiva, inmoral o hasta loca, y aquí sin duda retumba el recuerdo de Elena Arizmendi Mejía y María Antonieta Rivas Mercado, ambas amantes del apóstol de la educación, pero mujeres independientes, lectoras, feministas y derrumbadas por una sociedad no preparada aún para mujeres pensantes y con opiniones propias como ellas y otras tantas.
   A mitad de siglo la vida va revolucionando, la radio, la televisión, el cine, Hollywood y la fábrica de los sueños va en vertiginoso aumento. La gente ha dejado los libros poco a poco a un lado porque ahora pueden escucharse y verse, pueden imaginarse a través de los ojos de los otros. La mujer pasa a ser figura central por su belleza y no por su inteligencia; así que el estereotipo es ahora la mujer famosa, con glamour y estilo, dedicada a la vida matrimonial y doméstica, la esposa perfecta o la mujer fatal que arrebata a las de su misma especie al marido o novio sólo por ser más sexy y menos anticuada. La mujer lectora es pues, como lo vislumbra Rosario Castellanos, una especia de “bicho raro”, en su novela autobiográfica Ritos de iniciación; Cecilia, la protagonista tiene que vivir las peripecias de ser provinciana, ser mujer y estudiar una carrera de letras donde domina la intelectualidad masculina, menosprecian a la mujer escritora y lectora asumiendo estereotipos como “debe ser lesbiana, solterona o poco femenina”.
   Pero en 1952 puedo darse ser el primer paso para romper con los estereotipos anteriores, Eve Arnold tiene la atinada decisión de captar uno de los momentos más emblemáticos, y hoy en día más difundidos y también cuestionados, de Marilyn Monroe, la famosa fotografía del símbolo sexual del siglo XX: Marilyn leyendo el Ulises de Joyce. Los cuestionamientos no se hicieron esperar, mujer, belleza y libros no habían sido captados y difundidos tan abiertamente hasta entonces, el mito de la mujer lectora y peligrosa sigue vigente, no es esta la única foto de la estrella de cine leyendo y tampoco es la única mujer famosa ni no famosa que lo hace, su atrevimiento causó en los hombres un mayor placer, deseo y atracción en la mujer seductora y misteriosa que les dice con esas fotografías “no sólo soy deseable porque soy muy guapa, sino también porque leo libros sesudos”.
   El extraño síntoma de la mujer lectora sigue causando no necesariamente peligro ni miedo, pero sí atracción, las lectoras que somos hoy, según las estadísticas, mucho mayor en cantidad que los hombres, no somos un grupo homogéneo ni estático, las mujeres leemos distintos géneros, temas, formatos, tenemos diferentes gustos y capacidades, somos como lectoras exactamente igual que los hombres, leemos también por gusto, por placer, por curiosidad, por saber más, hay lectoras para toda la amplia gama editorial, desde el best seller o la literatura canónica, la lectura “light” o la “alta” literatura (lo que sea que eso signifique), leemos desde las revistas femeninas hasta los cómics, sí  leemos, pero no todas leemos lo mismo, tenemos el síntoma de la mujer lectora, pero entre nosotras mismas no debemos adoptar la misma actitud del hombre históricamente recurrente, de desprestigiar lo que leemos, sería doblemente injusto y deshonesto. Con el paso del tiempo pareciera que adoptamos la misma actitud de arrogancia del intelectual masculino, y sin embargo creo que sí existen no una sino muchas razones por las que las mujeres leen, no por sentirse más sino por encontrar entre las páginas de un libro un sentir, una vivencia, un algo que nos haga feliz o también para desahogar los sueños inaccesibles, las ilusiones rotas, el desamor o los sentimientos reprimidos, leemos para encontrarnos y los libros con el paso del tiempo nos ofrecen la seguridad para ser independientes y expresar sin remordimientos nuestras opiniones, y es esto lo que pienso que sí resulta ser la consecuencia del extraño síntoma de la mujer lectora, la que lee para sí, para encontrarse y no para dividirse y apartarse del resto de las mujeres. Son éstas, probablemente las lectoras que causan cierto temor, pero a la vez una misteriosa atracción indescriptible.
   “Leo porque me he tomado el derecho que nadie dádome ha…y porque si no lo hiciera me hubiera ya muerto de tantas lágrimas. Porque la palabra es mi respiración, porque si no leo hoy una flor se cierra en el monte. Leo para levantarme las manos de tanta suciedad que a mi alrededor se acumula”, éstas son algunas de las razones de ser lectora de la periodista y escritora María Luisa “la china Mendoza”, y así seguramente cada mujer lectora, cada lector en general tendrá sus razones para leer, todas válidas; yo creo que leo porque entre las páginas encuentro las vidas ajenas que hubiera querido tener y porque los libros son mi refugio favorito en algún momento del día para la soledad. Por eso pienso que hoy en día las mujeres que leemos no somos peligrosas, son peligrosos las mujeres y los hombres que no han tenido la oportunidad o la suerte de leer, pero sobre todo son aún más peligrosos los que leen y con esto asumen que ya son una autoridad intelectual para desdeñar lo que los demás leemos, porque entonces con ello muestran que el peligro de leer no está en ser hombre o mujer, sino en utilizar la lectura como una bomba de soberbia y de irracionalidad sobre el que siendo o no lector es simplemente, humano.

Referencias:
Bollmann, Stefan:
Mujeres y libros. Una pasión con consecuencias. México, 2015, Seix Barral.
Las mujeres que leen son peligrosas. Madrid, 2006, Maeva. 
Sefchovich, Sara. El cielo completo. Mujeres escribiendo, leyendo. México, 2015, Océano.

Publicado en Encuentro Digital el 29 de marzo de 2016.
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