martes, 29 de marzo de 2016

JUANA BORRERO: EL CISNE JOVEN Y ATORMENTADO (Cuba. 1877-1896)

El Modernismo tuvo pocas, pero muy valiosas expresiones femeninas que se vislumbraron en los inicios del siglo XX. Sin embargo, en Cuba, en 1877, nace la hija del poeta Esteban Borrero destinada a crecer en un ambiente familiar de amor al arte, la literatura y el conocimiento en general. Juana Borrero será en su corta vida pintora y poeta de espíritu precoz, niña/musa o poeta/maga son algunos de los calificativos que los mismos poetas Modernistas como José Martí y Rubén Darío le adjudican a la poeta adolescente, quien desde los siete años escribe su primera rima “Sol naciente” y a la que conocería Julián del Casal cuando ella apenas tenía 14 años y quien se convertirá en su más breve, pero a la vez, mayor influencia literaria. Julián del Casal muere en 1893 no sin antes haber publicado, apenas dos meses antes de su muerte, en La Habana Elegante el 20 de agosto, un poema-retrato titulado “Virgen triste”, calificativo que le quedará marcado a Juana para la posteridad:

 Al roce imperceptible de tus sandalias
polvo místico dejas en leves huellas
 y entre las adoradas sola descuellas,
pues sin tener fragancia como las dalias
 tienes más resplandores que las estrellas.

 La producción poética de Borrero no es exigua, incluye colaboraciones en las mejores publicaciones habaneras de la época, como La Habana Elegante, La Habana Literaria, El Fígaro, entre otros. Un año antes de su prematura muerte, 1985, publica Rimas, en la biblioteca Gris y Azul, la mayoría de sus poemas aparecen en la antología Grupo de familia, poesías de los Borrero, publicada también el mismo año. Aunado a su producción poética se ha hecho gran énfasis en su obra epistolar, producto de la relación amorosa con el también poeta Carlos Pío Uhrbach, obra que la crítica ha dado en reconocer que más allá del romance y las pasiones entre dos jóvenes enamorados se puede entrever la situación social del momento de Cuba en medio de la guerra. Moris Campos opina que “el epistolario documenta una pasión donde Borrero expresa la necesidad de posesión absoluta del ser amado, a la vez que lleva a cabo la más exquisita y atormentada (re)creación de sí misma. Borrero se inventó con el fin de seguir la ruta vital que Casal le dejó en herencia, por una parte, y los modelos femeninos finiseculares de los que —dada su naturaleza apasionada y fuerte temperamento—, se alejaba”
Su obra refleja algo más que el sentimentalismo de una adolescente enamorada o romántica, pues en sus poemas “se respira el espíritu parnasiano de búsqueda de la perfección formal” (Campuzano, Luisa), y aunque en sus poemas se desborda, como es natural, un sentimiento romántico, la crítica actual ha notado en su obra una gran influencia y tendencia modernista, no sólo por ser público el hecho de que fuera reconocida por Rubén Darío y el mismo José Martí, a quien conoce en Nueva York en 1892, sino también por la notable influencia en su poesía de otros poetas Modernistas como Gutiérrez Nájera, que se hace evidente en un poema titulado Vorrei Morire: “Quiero morir cuando al nacer la aurora/ su clara lumbre sobre el mundo vierte” que hace clara alusión al célebre poema Para entonces, y que como Iván Schulman afirma, no se trata de una simple copia sino de analogías en el discurso que se infieren como un “estilo modernista moldeado” que posee Borrero. No obstante, los autores modernistas del momento, la encumbraron y hablaron de ella, pero con el mismo tono con el que se hablaba de las mujeres escritoras decimonónicas, con cierto recelo y, sobre todo, enfatizando que aquellas eran “un caso especial”, o como diría Darío de Juana, “persona extraordinaria”, una excepción a la “vegetación común”. Y es que el pensamiento de Darío, como el propio de los hombres escritores de su época, se deja entrever en este fragmento de una de sus entregas en la revista “El mundo del arte” de 1894: “una mujer excesivamente ilustrada es tan peligrosa como la mujer ignorante, porque la excesiva ilustración, como la ignorancia inicial, la separa de su gran arte, que es el sentimiento, de su gran ciencia, que es el hombre, de su segunda religión, que es el hijo”; y con esto no habla sólo Darío sino las voces masculinas de todo un siglo que además tendrá repercusión en la centuria siguiente. Es así que Juana Borrero, pese a esa indiscutible aportación a la poesía modernista, no ha sido siempre reconocida y mencionada en las antologías o los textos críticos que abordan esta corriente literaria.

 Adicional a su efímera, pero valiosa producción poética, la crítica también ha estudiado y analizado su obra epistolar dedicada a su único amor, el poeta Carlos Pío Uhrbach, con quien estaba comprometida a casarse, lo cual nunca llegará a suceder dada su anticipada muerte. Su obra epistolar, descubierta hasta 1964 por su hermana Mercedes, cambiará el mito que se formó por varias décadas entorno a Juana como la joven virginal y casta que se vislumbra en su poesía y que le adjudica Casal. “Las cartas de Borrero recogen, por último, las huellas supremas de la pasión: las lágrimas y la sangre” y es ahí donde la crítica y los que se han abocado al estudio de su obra han encontrado mayores rasgos de la joven poeta; ejemplo de ello es el trabajo de Judith Moris Campos quien se cuestiona en él si Ana Borrero fue la “virgen triste” como la describió Casal o una “impúdica vestal” por la carga de emociones, temperamento, pasiones sensuales y sentimientos de protesta reprimidos que vuelca en sus apasionantes cartas. Eliana Rivero afirma que “la Juana Borrero que se despliega en el Epistolario signa su futuro destino a manos de la crítica: el amor aniquilante, autodestructivo, exigente hasta el fuego de la absoluta posesión espiritual es el nuevo sello con que a Juana se la lee, la niña-virgen se revela como amante-tigresa, obsesionada y delirante”

Cualquiera de las dos caras de Juana Borrero refleja que su corta vida la dedicó a la literatura y la pintura probablemente porque leer y escribir es, como afirma Sara Sefchovich, “la primera forma de independencia, y de hecho la única posible para las mujeres a lo largo de la historia”. Una vida efímera que dejó una importante producción literaria que ha quedado para los estudios críticos actuales. En sus últimos días de vida, poco después de cumplir apenas 18 años, Juana Borrero escribe el poema titulado “Última rima”:

 Yo he soñado en mis lúgubres noches,
en mis noches tristes de penas y lágrimas,
con un beso de amor imposible
sin sed y sin fuego, sin fiebre y sin ansias.

 Muere el 9 de marzo de 1896 a causa fiebre tífica, deja un legado poético y epistolar importante que no sólo contribuye a darle una voz femenina al fin de siglo y al Modernismo, sino que también vislumbra a la mujer joven poeta, la mujer finisecular que se caracterizó por ser el cisne joven y atormentado que en sus últimas rimas tan sólo pidió: Dame el beso soñado en mis noches, en mis noches tristes de penas y lágrimas, que me deje una estrella en los labios y un tenue perfume de nardo en el alma.



 REFERENCIAS:

 Campuzano, Luisa (1997) Mujeres latinoamericanas: Historia y cultura siglos XVI al XIX. Tomo II. La Habana Cuba, Casa de las Américas/Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Moris

Campos, Judith (2009) “Juana Borrero: ¿Virgen triste o impúdica vestal? En Espacio laical. En: http://www.espaciolaical.org/contens/17/8689.pdf

Rivero, Eliana (1990) “Pasión de Juana Borrero y la crítica” En Revista Iberoamericana. file:///C:/Users/sora%C3%B1o/Downloads/4789-18950-1-PB.pdf “Homenaje a Juana Borrero” en La Habana Elegante. http://www.habanaelegante.com/Spring2003/Azotea.html

 Publicado en Encuentro Digital, 1 de marzo de 2016.