domingo, 10 de enero de 2016

DESFETICHIZACIÓN DE LA LECTURA

En su libro "Historia de lecturas y lectores", Juan Domingo Argüelles recopila la opinión de dieciséis lectores con diversas formaciones, pero irremediablemente todos ligados al tema de la lectura y la escritura: escritores, historiadores o investigadores, en su gran mayoría, que hablan acerca de cómo se convirtieron en lectores, así como sobre el panorama de la lectura en general. Sin embargo, en esta ocasión quisiera enfatizar en la aportación específicamente de Gregorio Hernández Zamora, doctor en lengua y cultura escrita y uno de los que han desarrollado su trabajo de investigación en torno a la lectura como una práctica social dentro del entramado de muchas otras prácticas sociales; además de recalcar a la muy recurrida división que suele hacerse entre lectores y “no lectores”. La visión y aportación de Gregorio Hernández, sobresale de los comentarios de los demás participantes del libro, que, dicho sea de paso, se construye a través de entrevistas realizadas a cada uno de ellos. Sobresale porque su visión es mucho más abarcadora e incluyente y, sobre todo, porque apunta a un hecho crucial del que casi nadie habla ¿por qué no leen los “no lectores”? Sin duda el término Fetichismo le va muy bien a lo que últimamente se hace en muchas campañas o programas de promoción de la lectura; coincido en que esa sobrevaloración sobre el libro y la lectura ha desvirtuado su verdadero sentido, carente por sí solos y a lo que Hernández Zamora llama “una arrogancia en la moralidad de quienes atribuyen a los libros y la lectura, en sí mismos, un significado positivo y superior a otras formas de experiencia cultural”. Él acertadamente puntualiza en el hecho de que la lectura no está desligada de otras prácticas sociales y culturales que también son enriquecedoras y que no necesariamente contribuyen a la formación de mejores o peores personas, sino simplemente a la vivencia de experiencias que contribuyen a la formación de la identidad del ser humano. La cuestión principal que aborda Gregorio Hernández es la corta visión que en muchas ocasiones se tiene de quienes implementan campañas o programas de promoción de la lectura y que tienden a clasificar con un simplismo a los ciudadanos de este país como lectores o no lectores, que bien podría remitir, como él mismo comenta, a aquella categorización que en tiempos de la Colonia se hizo de nosotros mismos (como suele hacerse de todos los territorios colonizados) como civilizados y bárbaros, y muchos años después aún se seguía reproduciendo este esquema divisionista, como en tiempos de José Vasconcelos cuando se nos catalogó entre alfabetizados y no alfabetizados. Esta nueva clasificación de lectores y no lectores, podría ser la continuidad de esta visión que, coincido con el autor, “no es sino un acto de profundo clasismo y etnocentrismo”. Incluso existe esta imposición de llamar como lector o no lector en función de lo que se lee o el tipo de lecturas que se realizan, descalificando así a quienes sólo leen, según cierto sector de la élite intelectual, literatura “barata” o “basura”, sin preguntarse por qué sólo leen este tipo de lecturas, qué los mueve o motiva hacerlo, qué oportunidades tienen de leer otro tipo de lecturas, y si lo tuvieran y al final eligieran leer sólo a autores como Carlos Cuauhtémoc Sánchez o Paulo Coelho (catalogados por muchos como esa literatura “barata”) quién estaría autorizado para descalificarlos como lectores.
El debate real con este tipo de autores radicaría en la lectura como material comercial y sus implicaciones en la formación del lector, sería más productivo y podría arrojar que a través de estas primeras aproximaciones a la lectura, precisamente por su difusión y fácil acceso al ser un material comercializado, se podría continuar la experiencia lectora con muchos otros materiales menos o no comerciales, y que en la mayoría de las ocasiones, cruzar ese puente, que por supuesto no es una obligación, interviene un mediador o promotor de la lectura, que puede ser alguien que se autonombre como tal, pero también lo que sin esa etiqueta suelen contribuir al mismo fin, ya sea los bibliotecarios, los docentes e, incluso, los empleados de las librerías, y hoy en día, en el vertiginoso mundo de las redes sociales, incluso una recomendación puede marcar la diferencia. Por último, Gregorio Hernández también apunta sobre la importancia de promover no sólo la lectura sino también la escritura, y nadie mejor que él para decirlo y por eso cito textualmente sus palabras: “Es indispensable leer porque a lo largo de su historia este país ha sido saqueado, vendido y malbaratado por criminales de adentro y de afuera, y lo sigue siendo hoy en día. Peor aún, hemos perdido la capacidad de imaginar que las cosas pueden ser diferentes. Leer y escribir son, en este sentido, herramientas indispensables para crear nuevos proyectos y utopías”. Es así que coadyuvar por una desfetichización de la lectura es sin duda uno de los grandes retos a los que tenemos que enfrentarnos quienes fomentamos la lectura no con la falsa idea de que esto puede hacer mejores a las personas, sino por el acto de acercar esta práctica social a quienes en muchas ocasiones y por diversas circunstancias tienen poco o limitado acceso a ella y, además, porque como práctica social y cultural nos enriquece, nos construye y entablamos un diálogo más allá de únicamente el que existe entre el libro y el lector. Referencia: Argüelles, Juan Domingo (2014) Historias de lectura y lectores. Los caminos de los que sí leen. México:Océano.
Publicado en Encuentro Digital el 31 de enero de 2015. http://www.encuentrodigital.com.mx/index.php/editorial/108-colaboradores/rosely-quijano-leon/1102-desfetichizacion-de-la-lectura

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